Dejando atrás un día eterno, una agitada jornada subiendo colinas, navegando entre ruinas y aguas termales, respirando el frío matinal y absorbiendo altas graduaciones de rayos solares, el camino tras la extensa escala en Pamukkale nos depositaba, unas tres horas de viaje a toda velocidad por carreteras en muy buen estado en una muy tranquila Selçuk, la pequeña ciudad de menos de 30 mil habitantes, en la provincia de Izmir, núcleo urbano de un conglomerado histórico difícil de igualar en la región.
Motivos para visitar Selçuk
Motivaciones para visitar este pequeño poblado los hay de sobra, pese a que en mi imaginario era una pequeña villa con la facilidad de estar a escasos kilómetros de las ruinas de una de las ciudades antiguas más grandes que se conserva en la región, gratamente me encontré con una gran riqueza histórica que no hice a tiempo de disfrutar por mi falta de conocimiento.
Este pequeño enclave se vuelve un atractivo ya cuenta con los vestigios de una de las maravillas de la antigüedad, el Templo de Artemisa, las ruinas de la magnífica Efeso, algo más alejada se encuentra una mítica casa donde se cita que vivió la Virgen María sus últimos años, pero en los mismos alrededores del casco urbano, en la altura del monte Ayasluğ se erige la ciudadela, se encuentra la mesquita Isa Bey de los únicos y más bellos exponentes de arquitectura de la época de los Beylicatos de Anatolia, y también en la altura de esta colina se encuentran los restos de la Basílica de San Juan, la cual se construyó en honor al apostol Juan el Evangelista (si! uno de esos de la Última Cena) que muriera en Efeso.
Como si estos no fueran suficientes motivos, a escasos 7 kilómetros se hallan las playas de Pamuçak en las aguas del Mar Egeo, y si se quiere un poco más de lujo y glamour, a apenas 30 kilómetros, que se pueden desandar en un servicio de transporte público, se halla la ciudad costera de Kuşadasi bastante más famosa por sus resorts y por ser receptor de enormes cruceros que surcan el Mediterráneo.
Cómo llegar
Está ubicado en un punto medio entre las aguas costeras de la turística Kuşadasi y la capital Izmir, un cruce de caminos con aquellos que se dirigen hacia el interior continental.
Las manera más rápida de llegar a la región es mediante avión al aeropuerto de la capital provincial, desde donde el servicio de tren es la manera más eficiente y rápida de llegar a la ciudad destino, tanto como a la capital.
Este tren digno de cualquier país occidental para los que tienen prejuicios, no tendrán nada que extrañar, es un servicio moderno con estaciones completamente renovadas y señalizadas que en apenas 40 minutos los dejará en la estación de Selçuk, con vistas a los restos del acueducto que la atravesara.
Este mismo tren tiene destino final en Denizli, capital de la provincia vecina, de lo cual se desprende que si desearan ir en sentido inverso también es una gran opción para hacer el trayecto largo, en este caso, de dos horas y media.
La empresa Pamukkale Turizm es otra de las que ofrecen traslados en líneas regulares entre las ciudades, entre tantas otras. También, como ha sido nuestro caso, pueden caer mediante algún traslado que las mismas agencias de turismo organizan y en sus plazas libres ubican pasajeros.
Dónde dormir
Con sus 30 mil habitantes, paradójicamente Selçuk es una ciudad con gran atractivo turístico, por lo que las opciones no son escasas.
En Booking pueden contar con una gran cantidad de opciones hoteleras, no encontrarán enormes lujos, pero si sus pretenciones no son extremadamente altas, para un viajero convencional las necesidades están cubiertas.
Por nuestra parte nos alojamos en el Wallabies Aquaduct Hotel, que por más fancy que suene, es un hotel de varias plantas llevado por una familia, el cual tiene nulas extravagancias, más bien las necesidades básicas cubiertas, y un desayuno con lo justo. Vamos que nos quedaba a precio, cerca de la estación para la salida tempranera de la ciudad el dia de nuestra partida y con vista a las ruinas del acueducto.
La senda de las ruinas
Arriba he mencionado las atracciones con las que cuenta la ciudad. Sus alrededores están plagados de ruinas históricas y sitios ancestrales con relevancia histórica, pero pocos son tan atractivos e inmensos como las ruinas de la gigante ciudad de Efeso, que son el motivo de mayor atracción y admiración.
Se ubican a escasos 3,5 kilómetros del centro de la ciudad, y son accesibles sin mayor dificultad a pié.
El trayecto se realiza a través de una senda deportiva en un estado de dudoso mantenimiento, por lo que no será extraño cruzarse algún runner o persona caminando a buen ritmo, y algunos juegos diseñados para hacer ejercicio. El sendero discurre a la par de la carretera que lleva a la costa del Mar Egeo.
Existen servicios de minibuses que salen de la Otogar (Estación de Autobuses) y hacen el recorrido por el acceso a las ruinas, hasta la playa o Kuşadasi, pero recomiendo en lo personal hacer el sendero caminando ya que no tiene dificultad alguna y les permitirá, con un pequeño desvío contemplar lo poco, o casi nada, que queda de una de las 7 maravillas del mundo antiguo.
El Templo de Artemisa, o más bien de lo que fué el templo, una maravillosa estructura de 127 columnas dedicada a venerar a la hermana de Apolo, diosa de la fertilidad.
Lo que se encuentra hoy es un conglomerado de ruinas, rodajas de columnas disgregadas en el suelo y apenas una columna en pie, con la ciudadela antigua de fondo. Es una imagen algo triste, no faltan los carteles y los vendedores que tratan de explicar al turista de ocasión cómo era lo magnífico de ese templo, pero usar la imaginación no cuesta nada y vale la pena dedicarle unos minutos para dimensionar la magnitud, y apenarse por la desidia de los años.
Retomar el camino y llegar al cruce de las ruinas de Efeso, no llevará más de 30 minutos de caminata bajo los arboles. El paseo vale la pena y en el desvio si bien ya no hay senda peatonal, no hay riesgo, se avanza por la calzada creada exlusivamente para ingresar al recinto de la ciudad antigua.
Es de notar que previo al acceso hay un control policial / militar en el cual pueden solicitarles documentos, recomiendo llevarlos. En nuestro caso nos los habíamos olvidado, teníamos tarjetas de todo tipo pero no los documentos, y de todos modos el amable oficial nos permitió seguir camino sin mayor inconveniente.
La ciudad de Efeso
Debe estar claro para el visitante que la ciudad como tal no existe, sino más bien sus ruinas. Este conjunto constituye un recinto histórico que forma parte del Patrimonio de la Humanidad. En sus accesos se hayan una serie de negocios y entidades comerciales que aprovechan la afluencia de visitantes, pero que no son un asentamiento permanente.
El recinto cuenta con dos accesos principales, uno en la parte baja, donde nosotros accedimos desde la carretera principal, y otro en la parte alta, acceso aprovechado por muchos que recorren el sender hasta la casa donde supuestamente la Virgen María vivió sus últimos años, en la tranquilidad de la montaña, al cual para acceder es recomendable contar con transporte ya que se haya bastante más alejado.
El recinto de Efeso contiene la mayor colección de ruinas romanas del Mediterráneo Oriental. Piensen en una ciudad entera con sus diferentes expansiones desarrollada a lo largo del terreno y perdiéndose en el desnivel de la montaña.
En el acceso siempre habrá servicios de guía oficiales que arman grupos por un módico precio para realizar la visita, no es despreciable su asistencia, ya que la inmensidad y diversidad de épocas y estilos para apreciar es realmente grande.
Lo primero que uno se encuentra y deslumbra es el enorme anfiteatro en la ladera de la montaña, el más grande de su época, con capacidad para 25.000 personas. Para hacerse a la idea, mucho más grande que muchos estadios de fútbol de equipos de primera división en varias ligas de primer nivel mundial.
Al frente, su calzada de piedra que se extiende al puerto: Años atrás, el mar llegaba hasta aquí y los locales eran navegantes, este puerto comercial se explotó durante siglos.
Desde luego que la intención de los regidores en Efeso era captar la atención de los visitantes, impactarlos, cautivarlos con lo imponente de su cultura y arquitectura. Este efecto lo sigue captando hasta el día de hoy a los turistas que se acercan a contemplar las ruinas del esplendor pasado.
Se dice que solo se escavó el 15% de la ciudad, con lo cual existe aún un mundo por descubrir.
Otra de las joyas es la famosa Biblioteca de Celso que con su fachada invita a los transeúntes a detenerse y explorarla, es la imagen tradicional de la visita, lo que pocos saben es que ha sido reconstruida en los años 70. Alejados ya del ejido urbano principal, se encuentra la Iglesia de María que fuera sede obispal y sitio elegido para llevar a cabo al menos dos concilios de relevancia para el Cristianismo antiguo.
De las ruinas se conserva gran parte del ejido urbano, parte de la cual está protegida bajo un recinto especial y se accede abonando un adicional, en ella se pueden apreciar los mármoles y cerámicas, los colores son mucho más vivos. En el exterior, a la intemperie, quedan templos, saunas, comercios, burdeles e iglesias de siglos posteriores por disfrutar.
Con el ir y venir de los turistas, la ciudad parece una urbe, mientras todos somos custodiados por sus habitantes permanentes, como ya dije en algún otro post, los gatos son los espíritus de los antepasados que residen en las ruinas, y observan desde su mirada inocente y cautivadora para los turistas. Curiosos, con hambre, juguetones, ellos se llevan tantas fotos como las ruinas, o más bien con las ruinas. Han sido los personajes destacados de la visita, hay casi tantos gatos como chinos dando vueltas.
Como se habrán dado cuenta, el recorrido merece su dedicación, hay mucho para ver y según el nivel de detalle que quieran dar al recorrido como siempre, mi recomendación es que no han de dedicarle menos de 3 horas para hacerlo con tranquilidad, y haciendo las pausas necesarias. Es importante también tener en cuenta el abastecimiento, si bien hay pequeños puestos donde comprar algún que otro alimento en el interior, es recomendable llevar una vianda, agua e ir protegidos del sol, ya sea con anteojos negros, gorra, protector solar o paraguas, incluso en invierno!
Puesta de sol en el Egeo
Todo este conglomerado de ruinas se halla a mitad de camino entre Selçuk y el Mediterráneo. Apenas 7 kilómetros separan el mar de la ciudad, y Efeso se haya en el medio.
Tras haber recorrido durante horas el largo recinto, la opción de volver caminando no la considerábamos, para lo cual nos dirigimos a la parada de minibuses que se haya en el acceso inferior, donde un señor coordina los desvíos de los autobuses para recoger pasajeros, ya que es claro que esto es un parador de temporada.
Optamos por no dejar pasar la puesta del sol en el Mediterráneo Oriental, lo cual nos permitiría verlo desaparecer detrás de las siluetas (a esta altura imaginarias) de las islas griegas.
En lugar de regresar a la ciudad, nos fuimos a la playa de Pamuçak, un pequeño parador costero con pocos servicios: un puesto de policía y dos o tres bares, opciones de andar a caballo y una playa enorme con arenas suaves donde muchos se metían con el coche a pasar el rato, beber cervezas (si, hay cerveza turca, justamente la Efes) o pescar.
Otra alternativa algo más alejada, unos 20 kilómetros, era seguir viaje en el minibus hasta la turística Kuşadasi donde existen con seguridad más opciones para el visitante, pero no deja de ser una villa turística con resorts y sus peatonales llenas de comercios.
Preferimos relajarnos y simplemente contemplar la puesta de sol, dejar pasar las horas viendo el sol perderse en el mar.
Atrapados en la playa
Con la tranquilidad de que el chofer de minibus nos indicó el horario y lugar de paso del último servicio, nos dirigimos a la parada, justo en el punto donde se terminaba el asfalto y se mezclaba con la arena.
Ya el sol no brillaba tanto, se veía su resplandor a lo lejos, se iba apagando poco a poco, los minutos pasaban, y el minibus no venía. La oscuridad de la noche le fué ganando la batalla al día, y el nerviosismo se incrementaba, estábamos varados en la playa, sin teléfono a 7 kilómetros del hotel.
Pregunté en el bar como pude cómo podría hacer para tomar el autobus, me indicaron que siga el camino hasta la ruta principal, que allí habría una parada y hay más servicios que vienen desde Kuşadasi. Nos perdimos en la oscuridad del camino y llegamos a la carretera, sin luces, y sin sendas peatonales, la opción era caminar por el costado de la ruta hasta una luz que se veía a lo lejos, que imaginé podría ser una parada de buses, o simplemente una entrada.
La imagen era algo desoladora, no inspiraba demasiada confianza tampoco el tráfico, ya que pasaba un coche esporádicamente, no podía imaginarme minibuses incluso cuando apenas serían las 19hs.
Entre los nervios y la inseguridad que sentí en ese momento, opté por que regresemos al bar, desandamos el camino oscuro hasta la playa, al menos allí había policía, y gente en el bar. No es que me sentí inseguro de que me fuera a pasar algo o me cruzase con un loco, sino que me imaginé de repente caminando 7 kilómetros o haciendo dedo de noche en Turquía para llegar a la ciudad, o quedarme varado en la parada de minibuses porque ya no circulaban y preferí retornar a territorio "comunicado".
De regreso al bar pedí si por favor podían llamarme un taxi, allí es donde comenzó la famosa negociación. Idioma de señas mediante, palabras en inglés y lápiz y papel, pasamos en limpio que mejor no me llamaban un taxi y si me esperaba me llevaban ellos por apenas una propina.
Me explicaron que el taxi me saldría muy caro, lo cual es cierto, los taxis no son opción en Turquía, por lo que acepté su propuesta, era casi como hace dedo en la ruta, pero al menos esperando en un bar. Decidimos también que para esperar, mejor tener la barriga llena, y le dijimos a los del bar que nos preparen algo de cenar.
Eso que nunca hacemos, ir a donde los turistas a comer, estábamos de repente en una playa junto al mediterráneo, cenando, al lado de un hogar a leña, a la par de un grupo de unas 20 personas que estaban celebrando vaya uno a saber qué un domingo.
La noche oscura se adueñó del paisaje, ya casi no circulaban coches y el grupo abandonó el lugar, ayudamos levemente a ordenar, nos dijeron que esperásemos que ya nos llevarían, por momentos nos impacientamos, especialmente porque no sabes que dicen, que están tramando, pero después de todo había familias entre ellos, y el que nos llevaría era el jefe, que comenzó a darle órdenes a su hijo pequeño para que se vaya en otro coche, y él nos invitó a subir a subir al coche donde viajaría él con su mujer, y nosotros dos más cómodos detrás.
Y así como quién no se da cuenta, estábamos metidos en el coche de un extraño, en Turquía, de noche, tras una cena en la playa, rumbo a la ciudad, escuchando música pop turca, y nuestro chofer por así llamarlo nos preguntaba como podía si nos dejaba en la estación de buses, su inglés era limitado, tanto como mi habla turca, pero alcanzó con un par de búsquedas en el translate para que pudiera agradecerle la amabilidad.
Estoy seguro que el dinero del viaje no quedó para él sino para su empleado que negoció con nosotros, ya que le pagamos la cena y el traslado a él, pero el jefe, nos hizo un favor, y nos permitió llegar a descansar al hotel, con la panza llena y luego de un largo día.
La mañana siguiente, último día del año, debíamos madrugar para subirnos al tren rumbo al aeropuerto de Izmir: a la vuelta de la esquina nos espera Istanbul, y un nuevo año que comienza.