Es difícil escribir algo sobre Venecia que no se haya escrito, debe ser de las ciudades más visitadas del mundo, de las que más mística y encanto irradian, peculiar como ninguna, y con tanto preludio como para no sacarse las ganas de visitarla.
Está preparada en todo para nosotros, los turistas, la fuente de mayores ingresos, los visitantes lo saben, algunos lo toman con cierto sobresalto, pero todos los saben en el fondo, y sus habitantes, también, conviven con el ir y venir y seguramente les moleste un poco esa ausencia de paz, pero es su mina de oro sobre el agua.
Llegar fué cuestión de buscar cuadrar un vuelo de regreso tras la visita a la vecina Eslovenia, las opciones eran todas desde Italia, y hubiese sido una herejía llegarnos hasta aquí y no aprovechar a visitar esta tierra, digo islas.
Desde Ljubljana se demora unas 3hs en coche, viajamos en un transfer muy común por estas latitudes, la empresa GoOpti nos pasó a buscar al horario acordado y nos depositó en la Piazzale Roma, el único punto de la ciudad a la que se accede con vehículo.
Italia nos recibió con su sol y con ese desorden clásico de tránsito que hace todo tan familiar. La puerta de entrada a La Serenissima, nombre con el que se conocía a la República de Venezia, no es lo más encantador. Hay opciones para trasladarse desde el Aeropuerto en Vaporetto, la versión europea de nuestras queridas lanchas colectivas. Sin dudas, las nuestras son más coquetas y tienen más encanto.
Debimos atravesar la ciudad entera hasta llegar a destino, un hotel, hostal, hostel, no se como denominarlo, una casa con habitaciones en diferentes plantas que yacía casi al otro extremo. Para dimensionar el desafío que representa atravesar la ciudad, es necesario comprender que está pensada netamente para peatones. Compuesta por 112 islas conectadas a través de 455 puentes, una inmensidad de pasillos y corredores laberínticos, por donde circulan cientos de miles de personas a lo largo del día. Es fácil perderse, pero también es fácil encontrar el rumbo: allí por donde todos caminan, es un pasillo "troncal" y deposita a uno en algún destino de relevancia turística. Algunas callejuelas tienen indicaciones pintadas, y sino recurrir al nuevo amigo GPS siempre es opción. Nuestra travesía insumió 40 minutos.
La mayor dificultad es cruzar el Gran Canal, es el más amplio, sobre el que miran los palacios de las familias más importantes y el que divide la ciudad, dejando 3 sestiere, denominación para "barrio", a cada lado del canal. No solo es la mayor dificultad porque sus puentes son más altos, sino porque cuenta apenas con 4 puentes lo que fueraz a apuntar la caminata apuntando siempre a alguno de ellos si se está apresurado.
Se los ve por todos lados con su vestimenta típica, son inconfundubles "wallies" con sombreros, algunos más vetustos, otros con más porte de galán, creo que el gondolieri debe ser el ser humano que más miradas de ambos sexos cautiva en esta ciudad. Su trabajo es esperar, en pose, en alguna de las paradas, discutiendo con algún colega o simplemente leyendo, mirando al horizonte, y sabe que tarde o temprano, los clientes le llegarán. Por que, como dije antes, qué sería de la visita a Venezia sin un paseo en góndola?
Aquí estoy para confirmar que se puede visitar sin góndolas y contar los detalles: El costo de una licencia de gonlieri es elevadísimo, las ferraris que conducen cuestan alrededor de 20 mil euros, y el precio del servicio está estipulado por el municipio: el viaje, sea para 1 o 6 personas, cuesta 80 euros durante el día, y 100 durante la noche. Mi consejo, si van con su enamorad@ y quieren disfrutar de un paseo en góndola, hacerlo temprano por la mañana, cuando la luz del sol comienza a coquetear entre los pasillos y se entremezcla la sombra con los rayos de sol dando un brillo especial a los edificios vetustos con encanto. De noche, no se ve nada.
A nuestro arribo disparamos una vez más hacia el otro extremo como resortes, teníamos entendido que existía un tour en castellano y quisimos aprovechar, por lo que venga otros 40 minutos entre la marea humana reponiendo fuerzas con unas focaccias al borde de un canal repleto de musgo, con el incesante ir y venir de lanchas y vaporettos que tocaban bocina en la previa de la curva para evitar colisionar si venía otro en sentido opuesto, algo, bastante molesto para el transeúnte, no me imagino, para los vecinos.
El tour dió contexto a lo que se vive dentro de la ciudad, buscando hacer un recorrido aleatorio diariamente poniendo énfasis especial en repasar lugares no extremadamente visitados ya que forman parte de una iniciativa a fin de trasladar gente de los lugares de siempre y balancear esa carga, una tarea extremadamente difícil en una ciudad que vive 80% del turismo.
La ciudad es bella y atractiva para el turista, las oleadas de ellos se abarrotan en las calles. Y pese a que tiene vida propia, dotada de universidades, hospitales y capital humano y monetario para sobrellevar el progreso, en ella apenas viven 80 mil habitantes que pueden duplicarse cada día. En ella convive el nacionalista Véneto y de la Liga del Norte, en busca de su independencia del resto de la Italia (de hecho a los pocos días de la visita habia un referendum), con la necesidad de seguir siendo atractiva, de seguir al ritmo del turismo que marca las horas.
En estos momentos está viviendo un fenómeno respecto a esta industria en la que ven que debido a los altos precios, la gente deja de pasar noches en la ciudad y acude a pasar el día, un claro ejemplo de estar matando la gallina de los huevos de oro.
Nuestro segundo día completo en la ciudad fué para ir y venir libremente por los pasillos, profundizar un poco más y aprovechar lo aprendido para apuntar a los lugares accesibles a la hora de un almuerzo, como ser el Campo Santa Margherita donde se sirven una versión italiana de tapas con la bebida de moda, Aperol Spritz, a precios razonables por ser la región de estudiantes.
También, si se está en Italia, hay que aprovechar los helados, y es acá donde también si no prestás atención y cedés a la tentación, uno termina pagando el adicional veneciano. Las heladerías tienen la trampa de publicar un precio para sus vasitos, que a priori parece accesible, pero luego a la hora de pedir los gustos, resulta ser que según el que se pida hay un adicional, y cuando vas a pagar te das cuenta que te salió más de lo que esperabas. Eso si, los helados son buenísimos! Sirvió para apaciguar la abstinencia.
Por los canales uno cruza personajes de todo el mundo y hay algunas escenas curiosas, como algunas personas que se visten exclusivamente para recorrer la ciudad y sacarse selfies cual sesión de fotos para mostrarle al mundo que antes muerta que despintada, y menos en Venecia!
En el ir y venir, la famosa peste de la ciudad se deja sentir de a ratos, imagino que con el calor sería peor, pero la verdosa agua y la humedad hacen mella en las fachadas, donde se ve que se dejan caer muchas por falta de recursos. La ciudad tiene estándares muy altos para las refacciones, y al ser tan costoso, la gente no puede acceder a repararlas, por eso está ese mix de paredes derruidas e inclusos palacetes abandonados. La ciudad es cara para todos, y tiene su lógica, a quién se le ocurre construir algo sobre el agua! De todos modos recomiendo ampliamente leer el origen de las islas y su conformación.
Ya estamos deshechos de caminar, y no nos queda más que hacer tiempo para ir al aeropuerto. La gente va desapareciendo, los transeúntes se van escurriendo por los pasillos y asoman los vecinos, y los guiris que se quedan a pasar la noche. En el "campo" (plaza) salen los niños, el sol aún no se ha puesto, y ahi donde pueden, comienzan a corretear, juegan al futbol, de repente se ven carreras de bicicletas. Me viene inmediatamente a la mente la frase del guía el día anterior, deben disfrutar de ella lo máximo porque solo tienen permitido usarla en la ciudad hasta los 8 años. Si, la exclusividad de vivir en islas tiene su precio, me pregunto si a esa edad le enseñaran a cambiar las ruedas por un bote.
Antes de partir brindamo en nuestro barcito de cabecera, un pequeño refugio que encontramos en la mañana para desayunar y que comenzaba a llenarse de vecinos, el bullicio subía los decibeles, y el Spritz se fué escurriendo de las copas. Era hora de emprender la retirada, otros 40 minutos de peregrinación a la Piazzale Roma y tomar el bus al aeropuerto. Un viandazo de 8 euros por un viaje de 20 minutos en un bus de línea, el cual tranquilamente puede pasarse por alto, como bien nos mostraron los borrachines que estaban detrás nuestro y no dejaban de pedirnos monedas en cuanto idioma posible se les viniera a la mente, y luego se pusieran densos tratando de seducir a una española mayorcita ya que viajaba con un amigo. Escena épica de despedida.
El corolario de la historia fueron las dos horas de demora que tuvo el vuelo en salir debido a la intensa niebla en Marco Polo, y es entendible, a quién se le va a ocurrir hacer un aeropuerto en una laguna.
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