Rápidamente se toma velocidad en la soledad del corazón pampeano, sólo alterada por las impresiciones del camino en mal estado y algunas ráfagas de viento que en un descuido pueden desestabilizar el vehículo.
Unos centenares de kilómetros nos separaban del Embalse Casa de Piedra sobre el Río Colorado y la entrada geográfica a la Patagonia.
Esta es la segunda entrega de Patagoniando, una secuencia de relatos
que describe una travesía de 5000 kilómetros por las rutas argentinas en
el verano del 2023. La entrega anterior la encuentran en La Pampa: rumbo al lejano oeste.
Tras superar un desganado puesto de control zoofitosanitario y conducir otra
centena de kilómetros se materializa en el horizonte el Alto Valle del Río Negro regado por el río hace el nombre desde Villa Regina hasta Neuquén.
Su espina dorsal es terrestre es la muy concurrida Ruta 22. El tráfico es abrumador. El camino cargado de camiones, gente impaciente, ciclistas y semáforos cada pocos metros. A esto se le suma una autopista en obra que obliga a todos a hacer un rally por
los laterales improvisados e ir muy lento con la promesa de un futuro mejor
que tardará décadas en llegar.
En Cipoletti el ACA fué el descanso parar recargar energías, tanto nuestras como las del vehículo. Para
nosotros bastó un café con alguna medialuna algo cansada de estar ahí esperando toda la mañana. El coche no tuve tanta suerte y hubo que ofrecerle el único combustible de bajo octanaje que había disponible pese a la recomendación del fabricante de no hacerlo. Era la única alternativa, el contexto nacional del momento no acompañaba. Por suerte no falló.
A los pocos metros, nos despedimos de la ciudad cruzando el río Neuquén y nos adentramos a la última provincia que nos queda por recorrer para llegar a destino.
Por un equívoco desvío sobre un
camino de dudosa integridad asfáltica terminamos circulando por
la multitrocha, la continuación natural de la Ruta 22 que
atraviesa la ciudad convertida en avenida de varios carriles, repleta de semáforos para nada sincronizados y radares. La impaciencia era total. Lección aprendida que nos salvaría unas horas en el regreso.
Ya unas dos ciudad más tarde, llegados a Senillosa, el desierto se abrió ante nosotros el desierto nuevamente. Después de tanta impaciencia creo hasta haberlo extrañado. Pudimos volver al ritmo rutero y proyectarnos
hacia el oeste a medida que el sol le ganaba la pulseada al mediodía cayendo poco a poco al frente nuestro.
Territorio desconocido a estas alturas. Atravesamos pueblos sinónimo de resistencia obrera como Plaza Huincul, Cutral-Co y Zapala, plagados de máquinas extrayendo el oro negro que enriquece los
bolsillos de estas tierras y los monumentos alternan dinosaurios, cristos y
torres petroleras en homenaje a Enrique Mosconi ideólogo de YPF allá por los albores de la nación pujante un siglo atrás.
A la par nuestro, la vía del inconcluso Ferrocarril Trasandino Sur denota vestigio de un pasado mejor. El tren ya no circula hace años, las playas de maniobras devinieron en largas plazas y las
estaciones en centros culturales, un común denominador en la Argentina
posterior a la ola de privatizaciones de los años 90.
Cruzamos caminos con la famosa Ruta 40. Atraviesa el país de norte a sur coqueteando
con la Cordillera ofreciendo algunos de los paisajes más épicos. Y continuamos el sendero trasversal por una ruta Provincial 13
que se abre camino a Los Andes, y para nuestra sorpresa, a la altura de Primeros Pinos se tornó en un transitado camino de ripio que nos
acompañará durante el resto del viaje hasta las tierras del mítico Cacique Calfucurá.
Villa Pehuenia
El cuerpo denostaba el cansancio. Los brazos temblaban por la fuerza hecha para dominar el coche ante la abrasiva experiencia de conducción: ripio, tierra y piedras, algo con lo que hay que aprender a convivir en las distantes latitudes argentinas patagónicas y se convertirá en una norma.
Encontrarnos una villa andina muy pequeña pero repleta de turistas. Muchos de los visitantes procedían del otro lado de la cordillera, ya que curiosamente es mucho más accesible desde Chile que desde la propia capital neuquina, sumado al favorable tipo de cambio que invita a los vecinos trasandinos a disfrutar de las bondades argentinas.
Uno de los particulares encantos de la villa es no solo su disposición geográfica entre montañas y lagos, sino las araucarias que decoran esas laderas que dan origen a su nombre conformando bosques de coníferas con sus enormes brazos que se extienden al aire tratando de abrazar las nubes.
Se dispone rodeando el lago sin un típico núcleo, sino más bien zonas más urbanizadas y un pequeño pero activo centro comercial al lado de la ruta donde encontramos una plaza, un cuartel de bomberos y la única estación de servicio sin combustible. Se nota un espíritu de pueblo creado para demarcar el estado presente y establecer soberanía en latitudes de complejo acceso con presencia de instituciones militares y estatales, que luego fué explotando por la belleza del lugar y las oportunidades de negocios inmobiliarios.
Nos hicimos de provisiones para los días venideros antes de asentarnos en lo que será nuestro "glamping" en vías de desarrollo literalmente a orillas del Lago Aluminé con vistas a la cordillera y las puestas de sol, con escenas que pagaban el esfuerzo del viaje, pero no llegaban aún a compensar el frío de las noches de verano, que nos llevó desde esa primera noche a desempacar todo el abrigo que nos acompañó durante el viaje, un brutal contraste con las noticias de las olas de calor y los más de 40 grados en la ruta del día anterior.
Cinco Lagunas
La realidad es que no teníamos demasiado planeado en este destino más que descansar y disfrutar del paisaje, pero es inevitable sentirse tentado con la inmensidad del paisaje que se luce por delante.
Salvando algunas distancias a coche, recorrimos algunos sectores a pié donde el inevitable asombro y admiración del visitante esporádico lleva a preguntarse "cómo será vivir aquí" y el raciocinio lleva a responder "los inviernos han de ser crudos" y "no es para todos".
Surgieron charlas espontáneas con una pareja de visitantes reincidentes mientras esperábamos para calentar agua para el mate en el improvisado quincho-mirado, quienes nos dieron algunas referencias locales para visitar.
Allí en la angostura donde se unen el lago Aluminé y Moquehue y el viento cordillerano se ensaña con el transeúnte al punto de dificultarme mantenerme parado, se puede cruzar por un estrecho y maltrecho puente de madera de una vía, lindero a una serie de caserones cordilleranos imponentes, se accede al camino de las Cinco Lagunas.
Es una de las tantas reservas que pertenecen a diferentes comunidades mapuches en la zona y es por ello que se pagando un pequeño abono. Ofrece opciones de caminatas, senderos y un restaurant bastante cotizado por los turistas al que conviene reservar con antelación.
También los habitantes ofrecen productos comestibles que producen en sus hogares y tranquilamente se puede uno simplemente sentarse a disfrutar de la naturaleza, tal como hicimos nosotros, reposando al sol tomando mates con criollitas y paté, un clásico de ruta!
Batea Mahuida
Apenas 15 kilómetros separan el cono del volcán del centro de la ciudad. Enclavado en una reserva mapuche, el acceso con vehículo es posible hasta la boca del volcán, y con un poco de valentía, y desde luego una tracción acorde, es posible subir incluso a la cima con un vehículo.
El costo de acceso es por vehículo, y se avanza por caminos de ripio ganando lentamente altura, derrapando en algunos sectores con muchos pozos. El tramo previo al del estacionamiento junto a la boca del volcán es netamente para temerarios. Hicimos de tripas corazón, sin prisas y sin pausas, tratando siempre de cuidar que la maquina no golpee el chasis en ninguna saliente, pegamos unos saltos pero superamos los escollos y logramos estacionar en junto a laguna que intenta apaciguar la chimenea.
El día, soleado como pocos, el viento, ensordecedor. Un mix de calor abrasador en esos pocos rincones donde uno se protegía del viento y un frio helado que calaba los huesos, y el viento que hacía muy complicada la caminata. Con los ojos llorosos seguimos rumbo a la cuesta, con la tentación siempre de ver "que hay más allá" de donde se perdía el sendero.
Arriba, a la derecha se erigía una roca que demarcaba la cima. La miramos distantes, casi conscientes de que no era el objetivo, pero una cosa llevó a otra y cuando me quise dar cuenta ya estábamos a medio camino, y ya no era opción abandonar.
Coronamos la cima del volcán, el horizonte nos mostraba decenas de picos andinos y la laguna había quedado en lo profundo de la montaña. En la altura, un camino de tierra y algunas señalizaciones muy oxidadas marcaban el límite entre Argentina y Chile. Pisamos territorio chileno y nos volvimos a Argentina en literalmente una calle de tierra.
Rumbo al sur
Nuestra aventura patagónica debía continuar, hubo una gran tentación de ampliar el recorrido rodeando el Lago Moquehue por la Ruta Provincial 11 (en inglés) pasando por el Lago Ñorquinco.
Agregaría unos 80 kilómetros de espectáculo, pero las referencias del camino eran escasas por lo que no quisimos arriesgar el vehículo desde luego no preparado para los desafíos dignos de rally que presentan estos terrenos.
Optamos por la vía más directa y panorámica hacia nuestro destino, siguiendo el cauce del Río Aluminé hasta San Martín de los Andes.
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