Faro se ubica al sur de Portugal, es una ciudad que fué fundada posteriormente a la conquista de territorio ocupado por los Moros por parte del Rey Alfonso III en su expansión hacia el sur ampliando los confines de Portugal y sumando al Reino de Algarve a sus dominios.
A ella arribamos temprano, muy temprano, tanto temprano que hubo que pedir que nos alcancen al aeropuerto para salir de madrugada. Y sabíamos que era poco el tiempo para perderse en la ciudad. El aeropuerto se sitúa al medio del camino: hacia la izquierda la playa, en la desembocadura del río Formosa, y hacia la derecha la ciudad.
Improvisamos. En la misma parada de autobús, decidimos ir primero a la playa, a conocer y ganar algo de tiempo para volver más tarde rumbo a la ciudad, a instalarnos y recorrerla. En ese instante volvimos al contacto con la realidad latina, bien del sur europeo. : aún cuando el programa indicaba que el bus en el sentido deseado pasaría en escasos diez minutos, hubimos de esperar no menos de media hora hasta que arribase, para llegar a destino en apenas 10 minutos. Desde luego a esa altura, poco nos importó, la idea era ganar algo de tiempo y no teníamos muy claro con qué nos encontraríamos.
Asi fué que apenas entradas las 8 de la mañana estabamos cruzando la ría Formosa por ese angosto y añejo puente por el que caben vehículos en un solo sentido con el tránsito regulado por un semáforo. El sol apenas comenzaba a calentar pero al horizonte enceguecía las miradas distantes. Lo que comenzó con el mero deseo de ver la playa del atlántico tras mucho tiempo, derivó en un "veamos que hay más allá" y poco más tarde en un "y si vamos hasta la punta?".
Y así fué como quien no se da cuenta, con el afán de explorar lo desconocido de un paisaje, nos topamos con una playa delgada, y una urbanización de dos hileras de casas atravesadas por una sencilla calle poceada. De un lado las casas miraban al Atlántico, del otro, a la ría Formosa. Si, como puedan imaginárselo, la playa de Faro es un trozo de arena extenso a la margen de ambos cauces de agua, donde el río se esconde del oceáno como no queriendo toparse con su final.
Con los bártulos a cuestas, y apenas unos escasos alimentos, con ropas no aptas para la ocasión, no solo por la playa en si sino por el clima que marcaba la cercanía al Ecuador, a medida que pasaban las horas y la temperatura subía no detuvimos la marcha hacia esa desembocadura, hacia la "la punta", hasta que finalmente la alcanzamos, y no era nada más y nada menos que ese pequeño y aislado lugar donde el río se unía con el mar en silencio, zigzagueando por entre pequeñas islas móviles de arena, dejando lugar a que cientos de personas hurgasen los suelos semi sumergidos para rescatar algunos valiosos moluscos o caracoles, o cangrejos, quién sabe.
De este lado el paisaje es precario, nos trajo a la mente playas de Uruguay, por la organización y disparidad en la ubicación de las casas, muchas de ellas dispersas en la arena accesibles por senderos de madera que ayudan al transeúnte, bicicletas e incluso motos, a trasladarse, y en medio de estas escenas, familias de alemanes mezcladas con los locales, amantes de lo extraño para ellos, disfrutando de la playa, de ese clima que no tienen, trajeron a mi cabeza aquellas épocas donde desde Stuttgart veía publicidades de Faro como destino turístico de playa por excelencia junto con Mallorca y Split.
Y allí perdidos en sus playas nos encontraba el mediodía, con intenso calor, digno de un verano en costas bonaerenses. La piel comenzaba a enrojecerse, producto de la caminata y de una siesta en las arenas, si, todo esto con la misma ropa que traíamos al salir de Barcelona. El haber madrugado nos pasaba factura.
Desandamos el camino, esta vez a través de las arenas, y logramos subir al autobús que en escasos 20 minutos, y volviendo a pasar por el aeropuerto, nos dejó en el centro de la pequeña ciudad, donde no hubo mucha más opción que descansar, reponer energías para poder seguir recorriendo las callejuelas caído el sol.
Faro ciudad es pequeñita y antigua, y su estructura se vió en parte afectada por el gran terremoto de 1775. Tiene un pequeño centro comercial asentado en sus laberínticas calles oblicuas y diagonales en un casco céntrico notablemente posterior al original, ya que la Cidade Velha se encuentra detrás de las murallas de lo que fuera la ciudad vieja. Allí se encuentra la Catedral contenida en lo que fuera el viejo Castillo de Faro y el ayuntamiento, la estatua en honor al Rey Alfonso III y sobre todo, escondites, como en toda la ciudad, donde encontramos lugares para comer, beber algo y disfrutar de una apetecible sombra.
Fuera de la protección de las murallas, encontramos una feria de productos artesanales sobre el Jardim Manuel Bivar, plaza lindante con la Marina de Faro, y su pintoresco carrousel con el clásico carrito de helados y copos de nieve al lado, que estuvo abarrotada de niños cada vez que la cruzamos, y fué aquí donde nos deslumbró la puesta de sol, sobre la esplanada de la rambla con el clásico cartel de Faro en el que todos querían una foto...y no seríamos menos.
No voy a dejar de decirlo, contemplar las puestas de sol en el mar es algo que no dejará de deslumbrarme. Supongo que por razones obvias que no estoy acostumbrado, allá lejos en la patria me tocaba verlo esconderse detrás de las casas y edificios, y hoy en mi hogar por adopción no puedo quejarme pero lo veo irse detrás de la pequeña Ermita de San Ramón. No es lo mismo que verlo apagarse en el agua a lo lejos.
Por la noche, el clima costero fuerza al abrigo y abrigados del siempre necesario buzo, deambulamos por las calles que no dejaban de ser notablemente oscuras, algo que nos tiene acostumbrados al escalofrío, pero que se deja de lado en la contención de la buena comida lugareña en la Tasquinha Cruzeiro, platos típicos y pescados frescos, deleitándonos con bacalao a la brasa y una Caldeirada, acompañados con una sangría de vino blanco, maridaje que nos dejó más que satisfechos a un precio accesible, y listos para despedir el día.
La mañana siguiente quedaba pendiente visitar un lugar del que nos habían hablando bastante, y es mundialmente conocido, ya que en la Igreja do Carmo situada en pleno corazón de la ciudad, se ubica la es la llamada Capela dos Ossos que consta de una decoraciónd de restos óseos de más de mil monjes que supieron ocupar plaza en la zona, pero, pera nuestro pesar, estaba extrañamente cerrada aún siendo semana santa dias de procesiones.
La repentina cancelación de la visita, nos forzó a recorriendo tranquilamente la rambla en la zona de la Cidade Velha y haciendo una pausa para degustar las cervezas locales, Super Bock y Sagres, tuvimos tiempo de decidir con qué alimentos abastecernos para las poco más de 3 horas de tren que nos separaban de Lisboa.
Todas las fotos AQUI